Hacía una noche de verano húmeda después de haber llovido durante dos días seguidos. El pozo estaba casi lleno y el moho ya alcanzaba las grietas más profundas que, por lo menos, dejaba oler un poco a vida en aquel oscuro círculo de muerte.
Al mirar hacia arriba se podían ver las luces del cielo que parecían reirse del alma castigada a jugar eternamente en el agua que nunca podría encontrar el descanso. Con mucho esfuerzo, la criatura estiró lo que pudo sus putrefactas muñecas colocando sus dedos sin uñas sobre su cabello. Sintió por décima vez que su pelo, que años atrás fue suave y liso, ahora estaba totalmente sucío y encrespado y que si en ese momento estuviese viva notaría como los piojos le chupaban lo que quedaba de sangre en su cadaver. Luego tocó sus arrugadas mejillas, que en tiempos mejores, estuvieron bañadas por un delicado manto de colorete. Después de esto alzó sus manos en dirección al firmamento. Estas habían adquirido un color semejante al agua que le llegaba por el pecho de un verde podrido. Cerró los ojos y, como muchas veces ya había hecho desde que llego a aquel horrible lugar, deseó despertar junto a su madre y que ella la consolara como solía hacer cuando ambas vivían.
Claix Kitten.
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