Esa tarde deseé no haber ido. Lo deseé con todas mis fuerzas.
Así que decidí bajar el paraguas roto y dejar que la lluvia se fundiese con mis lágrimas.
Pero mis ojos veían la escena. Un beso tras otro, cada uno les ahogaba más el frío de aquella tarde lluviosa.
Mi dolor no se lo llevaba la lluvia. Mi alma seguía en mi cuerpo. ¿Por qué?
Y fingí ser feliz. Correr bajo la lluvia. Apartarme para dejarles intimidad, como cualquier buen amigo haría.
Y he aquí otra muestra de mi egoísmo. No me metí en la tienda para mirar aquellas zapatillas y dejar que se despidieran. Desaparecí porque mi corazón no podría soportarlo.
Ojalá las cosas fuesen diferentes.
Ojalá pudiese olvidarla.
Ojalá.
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